Nunca nada será igual

Por Juan Constant*

El nacimiento del siglo XXI para nosotros fue por cesárea, el descreimiento a las instituciones, a la política y a los políticos era el dato. Los 90 se habían cerrado con una Argentina en ruinas en lo económico y en lo social y cultural. Aquel país de la industria, la producción y el “fifty-fifty" surgido al calor del primer peronismo y que nos colocaba como una potencia en el continente era solo una anécdota de los mayores, se había destruido tras los sucesivos y cada vez más violentos golpes cívico-militares proceso que culminará con 30.000 torturados asesinados y desaparecidos, la derrota en Malvinas en manos de la fracciones de capital globalistas angloamericanas indiscutiblemente hegemónicas tras la caída del muro en 1991 y el Consenso de Washington que sellaran el rumbo neoliberal de entrega privatización y saqueo nacional.

En un paisaje triste y desolador, con millones de compatriotas sin trabajo empobrecidos y desesperanzados se nos fue del siglo XX. Marchas y movilizaciones, enfrentamientos y represión sacudían el territorio nacional, escraches, asambleas barriales, cortes de ruta, ollas populares, huelgas de hambre hacían al repertorio cotidiano y así fue transcurriendo la vida para las grandes mayorías. En las legislativas del 2001 ganó el voto en blanco, el voto impugnado, el voto bronca, el “que se vayan todos” se consolidaba y la suerte de la convertibilidad no tenía retorno. La derrota cultural de nuestro pueblo parecía definitiva, nadie creía en las instituciones, ni en ningún partido político. Si en alguna asamblea barrial o manifestación se encontraban con un político, lo escrachaban no importaba si era socialista, radical, o peronista. Los canales de representación política no contenían a nadie. Finalmente todo explotó, la gota final fue “el corralito”: helicópteros/ estado de sitio/ insurrección y muertes, se terminaba un ciclo, el neoliberal.

El doloroso trabajo de salir de ahí quedó naturalmente a manos del peronismo, Eduardo Duhalde se hizo cargo de tan difícil y necesaria transición ¿pero què se venía? Y nadie sabía, la única certeza era la incertidumbre, desde esos días hasta mayo del 2003 la conflictividad social solo aumentaba y el futuro era muy poco prometedor.

Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia el 25 de mayo de 2003 su apellido impronunciable de origen croata apenas era conocido solo por una pequeña parte de los argentinos, pero rápidamente llamo la atención la informalidad y falta de protocolo de su andar. El patagónico se largó con un encendido discurso de cambio, luego tomó bastón de mando de la mano de Duhalde e hizo un gesto de “vamoooo carajo" y rápidamente salió a mezclarse con la gente, a poner el cuerpo, tanto, que se dio un golpazo con la cámara de un fotógrafo y se cortó la frente. Así se nos presentó a la mayoría de los argentinos, un tipo alto de trajes enormes, desarreglado y despreocupado besándose y abrazándose con la multitud. Ese tipo se veía más genuino que los políticos hasta entonces, y transmitía una energía que poco a poco iba transformando el ambiente.

Una de las primeras medidas de alto impacto fue acabar con la corte menemista, símbolo de corrupción e (in)justicia. En un discurso transmitido la noche del 4 de junio de 2003 por cadena nacional, el nuevo presidente pidió enérgicamente al Congreso Nacional que pusiera en marcha la herramienta de juicio político contra algunos miembros del máximo tribunal, integrantes de la “triste y célebre mayoría automática". El congreso tomó la posta y encaró el desafío. Kirchner impulsó además un innovador sistema para la selección de nuevos jueces, signado por la transparencia y la participación de la ciudadanía.

El camino de la recuperación fue difícil y conflictivo pero el nuevo mandatario se mantuvo firme y hacia adelante, una de las mayores virtudes de la nueva conducción es la gran capacidad que tuvo Néstor -y el colectivo de gente que lo acompañaba- de interpretar y dar soluciones a las demandas expresadas en las movilizaciones del 2000-2001. Ni lento ni perezoso, no solo escuchó a la amplia y heterogénea gama de actores sociales, sino que dio respuestas con políticas concretas a los respaldos obtenidos, canalizando pacífica y eficazmente la ebullición de la conflictividad social.

Primero lo primero, después de un exhaustivo y acertado diagnóstico de situación nacional e internacional, la planificación estratégica-de la cual era el primer militante-se impuso. La creación del Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios que dejó en manos de un compañero de su máxima confianza, sentó las bases y marcó las directrices para un nuevo modelo de desarrollo. Para la puesta en marcha del nuevo plan creía ciegamente en el equilibrio macroeconómico (interno y externo), y la fórmula de superávit gemelos (fiscal y comercial) vaya si nos trajo resultados: Más de 5 años de crecimiento sostenido a un promedio superior al 8% anual, el período más largo de crecimiento de los últimos 100 años. Se duplicaron las exportaciones y se diversificó su composición. La industria creció durante 5 años de manera ininterrumpida lo que se expresó también en el crecimiento de la tasa de inversión pasó del 11% en el 2003 a más del 23% del PBI en el 2007. Esto, a su vez impactó directamente en el mercado de trabajo reduciendo la tasa de desempleo a menos de un dígito tras haber llegado a casi un 24% de la PEA. No solamente se crearon cientos de miles de trabajos nuevos-mientras se luchaba contra la informalidad- sino que el salario promedio paso de U$S 350 a casi U$S 1250 entre el 2003 y 2007. La enorme recuperación económica se tradujo en el aumento de las reservas internacionales que pasaron de U$S 14.000 millones en el 2003 a más de U$S 50.000 millones en el 2007.

Sacarse la soga del cuello significó un esfuerzo titánico, la deuda externa argentina desde la dictadura en adelante no solo era la principal preocupación de los distintos gobiernos sino que significaba un yugo a cualquier intento de desplegar un proyecto de desarrollo autónomo. Tanto los acreedores extranjeros y locales como los organismos multilaterales de crédito (FMI, BM, BID) conducían -en sentido literal- los destinos de 40 millones de desafortunados compatriotas, resolver esa situación–sin claudicar soberanía ni pueblo- se tornó una obsesión de Néstor Kirchner. El país se encontraba con una deuda (gran parte en default desde hace más de tres años) que representaba más del 130% del PBI. Con el interés nacional como bandera emprendió primero a principios del 2005 una renegociación que nos sacaría del default de casi U$S 67.000 millones con acreedores privados, logró una quita de capital de más del 50%, bajó las tasas de interés, alargó los plazos y pesificó más del 30% del pasivo. Luego, hacia fines de ese mismo año, canceló de manera anticipada y conjunta con Brasil U$S 9500 millones con el FMI sacándolo del juego de la política doméstica y recuperando márgenes de soberanía que serían fundamentales hacia el futuro. Pero el dato más importante es que por primera vez un gobierno no pagaba deuda con ajustes fiscales (un clásico por estas tierras) sino que lo hacía con reservas internaciones, es decir, la deuda se las hizo pagar a los sectores exportadores, a los ganadores a los más beneficiados tras la devaluación del 2002.

La historia linda de Néstor no se agota ahí, no no, él sabía que para tener un país en serio, un país de desarrollo económico y social debía darle un lugar de privilegio a la capacidad de innovación de la población. Así, durante su mandato se va a consolidar y valorizar la ciencia y sus recursos humanos, se profundizará la articulación entre la producción científica y actividad productiva y se fortalecerán las instituciones dedicadas al conocimiento, para cerrar un ciclo de casi 30 años de oscuridad para la ciencia y la técnica en nuestro país. Ese presidente sencillo e informal tenía muy claro que para defender los intereses nacionales y construir un país con mayores grados de independencia económica era de vital importancia el desarrollo del complejo científico-tecnológico financiado de manera mixta pero conducido por el Estado.

 Es difícil señalar todos los avances de la gestión de Néstor-pueblo, todos enormes, desde la derogación de las leyes de obediencia de vida y punto final, el 6,1% del PBI para la educación, la recuperación de la política como herramienta de transformación de los desposeídos o el cuestionamiento de la concentración mediática, pero hay algo más que me gustaría recordar y que a mi humilde entender nos pinta de cuerpo entero a semejante tipo y es el gran esfuerzo de su gobierno por recuperar el proyecto suramericano de patria grande, de abrazo y encuentro con nuestros pueblos hermanos; como olvidar ese 6 de noviembre del 2005 donde logramos el NO al ALCA eso nos devolvió la dignidad olvidada por la colonización neoliberal de relaciones carnales que tanto daño trajo en este continente y en particular en nuestra Argentina. La profundización de un MERCOSUR “político”, la creación de UNASUR, Ignacio, Evo, Hugo Rafael y Néstor, faaaaaa…que fuerza nos dieron, nos enseñaron que nadie nos puede decretar la derrota.

Hoy se cumplen ya 10 años de la partida de Néstor y fueron años difíciles, pero si algo nos dejó como legado (al igual que las recientes victorias de Bolivia y Chile) es la firme certeza de que las transformaciones, las victorias, los avances nacional-populares están al alcance de nuestros sueños y de nuestras intenciones. Si de verdad queremos homenajear a Néstor dejemos las tibiezas y las medias tintas a un costado y levantemos con fuerza y convicción las banderas del proyecto nacional popular latinoamericano de Estado, Producción y Trabajo para todos y todas.

Dejo acá un pequeño fragmento de su discurso de asunción allá por el 2003:

“Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política, esta es la oportunidad de la transformación, del cambio cultural y moral que demanda la hora…No debemos ni podemos conformarnos los argentinos con haber elegido un nuevo gobierno”

*Lic. En sociología, Docente de la FHyCS de la UNJU, y de la UCES sede Jujuy